jueves, 10 de marzo de 2011

LA CARTA

La Carta

Es difícil ser la esposa de un canciller, más cuando este no ha sido el más digno de los dirigentes. Escribo esta carta, frente a la imagen de mi difunto marido, el rostro de una persona que será olvidado por el rencor de sus conciudadanos y recordado por el corazón de su eterna compañera y amante.

La vida siempre tiene infinidad de caminos que una no suele entender sino cuando la conciencia te reclama tus actos. Las lágrimas no valen nada, porque no logran equilibrar la culpabilidad de haber consentido lo que creías correcto, pero que ahora entiendes que no lo fue. Una vez escuché que la tierra fue plana hasta que se descubrió que en realidad era redonda. Las realidades cambian constantemente, pero las verdades siempre serán verdades.

Hoy el arte retoma la imagen de quien para mí fue un héroe, y populiza su esencia en cadenas con púas para reclamar la justicia. Así ha quedado mi difunto héroe, como el verdadero villano, condenado a la eternidad de la historia. Yo no soy quien para luchar contra eso, pero debo decir que la razón no siempre está concentrada en las mayorías a pesar de que son ellas quienes la determinan.

Sí, tengo dos hijos, que niegan y odian su apellido, se creen víctimas de su propio progenitor, cuando éste, perdido en la locura del poder, nunca dejó de ser un buen padre.

Ya mi alma está seca, solo queda la sal de las lágrimas insaboras que terminaban en mis labios, el sonido del silencio, que me aturde todas las noches, ha cesado, y mi constante ruego por el perdón de mis actos creo que fue escuchado. Ahora puedo decir que soy fuerte, que no bajaré mi cara ante el escándalo, que soy dueña de mi propia culpa y de mi propia realidad, aun cuando espero todas las mañanas despertar de esta pesadilla que no quiere culminar.

Esas son mis únicas pertenencias, las únicas que les dejo hijos míos, aprendan a vivir con el de donde vienen y lo que son. Y aunque no existe algo como ser juzgado por la vara del desconocido, nunca renuncien a su realidad, enfréntenla y gánenle a lo que creen su destino, porque su dignidad no se las quitará nadie.

A mis hijos.

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